21 noviembre, 2024

Roberto de la Iglesia. Abad de S. Pedro de Cardeña

Roberto de la Iglesia: La sencillez de una vida especial

26 mayo 2018, 09:34

Al hallar su vocación sintió sorpresa, sobre todo porque pensaba que su vida se inclinaba a las misiones. Empezó su vida monacal a los 24 años y hoy es el abad del monasterio de San Pedro de Cardeña.

 Cuando ingresó al monasterio sus amigos le pronosticaron seis meses allí, pero él ya estaba firme en su decisión, aunque tenía otras propuestas. Por aquella época se acercaban las fiestas de San Pedro, y ellos le pidieron que esperara un poco más para pasar juntos estas fechas tan atrayentes para los jóvenes. Por otro lado, le habían ofrecido un empleo tan bueno, que incluso su madre le dijo que lo aceptara, pues no había prisa en hacerse monje. Sin embargo, su anhelo por responder a la llamada del Señor fue más fuerte.

Roberto reconoce que, cuando pasaron los seis meses, recordó la supuesta predicción de sus amigos, y se sintió liberado. Con el tiempo fue descubriendo que no es el único al que le ha pasado que, justo antes de ingresar a un monasterio, se presenten otras atractivas opciones, que finalmente hacen que se tome la decisión de manera más consciente.

Al contarle a sus padres su decisión de entrar al monasterio se alegraron, pero no tenían claro si la vocación de su hijo era la vida monacal: «Trapense, uno entre un millón en el mundo, y ¡no vas a ser tú precisamente!», le dijo su padre. Al principio no fue fácil. Dejar a sus amigos, profesión, la libertad de moverse por sí mismo, adaptarse a otro tipo de vida, lo llevaron a pensar en abandonar o buscar otro tipo de vocación, pero los ratos de oración lo llenaban y acababa convencido de que Dios lo quería allí.

Sostiene que lo que es hoy se comenzó a fraguar en su adolescencia. Fue catequista en su parroquia, San Gil Abad; y durante 10 años formó parte de un grupo juvenil de espiritualidad ignaciana en donde tenían formación, campamentos, ejercicios espirituales y dirección espiritual, todo ello le ayudó a discernir su vocación. Las bases de su fe las recibió en su familia, los De la Iglesia Pérez. Al ser cinco hijos, aprendieron a compartir, a heredar uno del otro juguetes, ropa, libros. Los valores eran algo primordial, así como participar de las actividades de la parroquia.

La vida monástica ha sido para él un constante aprendizaje, pero el más fundamental ha sido descubrirse a sí mismo y al Señor en él. Como bien dice un adagio monástico, «Si quieres conocer a Dios, conócete antes a ti mismo».

Desde 2011 es el abad del monasterio de San Pedro de Cardeña y asegura que esta experiencia le ha dado la oportunidad de servir a los hermanos de una forma continua, al tener una imagen de la comunidad y de la Orden más completa.

Los años le han dado bagaje y diferentes tipos de anécdotas. Recuerda que, una vez, un señor lo llamó para solicitar la admisión de su hijo en la orden y le respondió que debía ser el interesado quien debía hacerlo. Al poco tiempo, llamó el hijo, asegurando que su padre lo único que buscaba era sacarle de casa pues ya tenía 35 años y no sabía qué hacer con él.

Roberto de la Iglesia Pérez, entiende que para muchos no es fácil comprender en qué consiste el monacato, que la gente no sabe que allí las 24 horas del día deben ser aprovechadas, y que dentro de sus actividades está estudiar teología, aprender música e idiomas, cocinar y cultivar el huerto.

Por eso cuenta entre risas, que cuando le explicó a su madre cómo era la vida en el monasterio, empezó por contarle que se levantan a las 4:40 de la mañana, a lo que ella respondió: «¿Y para qué os levantáis tan pronto si no tenéis nada que hacer…?»

A Roberto de la Iglesia, abad de San Pedro de Cardeña, le quedan cuatro años «y algunos meses» para terminar su ‘mandato’ al frente de la comunidad cisterciense que dirige desde 2011 porque fueron todos los compañeros quienes decidieron que ese cargo. Cuando llegue ese día le encantaría que otro compañero tomara las riendas «porque esta es una tarea muy compleja y uno tiene sus dones y sus muchos defectos, por eso me gustaría que alguien me sustituyera con nuevos ímpetus y otras ideas ya que llega un momento en el que uno siempre repite lo mismo y es bueno que algo nuevo te haga espabilar «. Mientras tanto, sigue al frente de una orden de 18 miembros de una media de 65 años de edad y compagina esta labor con el cargo de comisario pontificio del Monasterio de Santa María de Viaceli, en Cóbreces (Cantabria) puesto que en aquel cenobio hubo alguna dificultad para encontrar un abad. De la Iglesia (Burgos, 1969) es enfermero de formación, tiene buenos recuerdos de la música de los 80 y está muy alejado del engolamiento o envaramiento que a veces aparece en hombres de iglesia, sobre todo cuando tienen algún tipo de mando. En esta entrevista analiza cómo ve el mundo un año después de la pandemia y habla de lo divino y de lo humano.

¿Cómo se encuentra su comunidad un año después del inicio del confinamiento y de la crisis sanitaria?

Estamos bien en el sentido de que no nos ha afectado el virus -hasta ahora- y económicamente andamos como todo el mundo, con las cosas muy bajas, pero como nosotros gastamos poco … estirar un poquito. Se nos hizo duro al principio, como a todos, por el miedo de no saber lo que ocurría con un virus tan desconocido pero luego, como nuestra vida está muy adaptada para el confinamiento con unos horarios muy marcados y mucho espacio al aire libre para pasear y trabajamos en el mismo sitio donde vivimos, pues hemos estado bien. Tal y como lo ha vivido mucha gente en 50, 70 u 80 metros cuadrados, nosotros lo hemos tenido un poco de lujo, eso procuramos tenerlo muy presente. En general, tuvimos presente a toda la gente en aquella época tan dura. Pero, por ejemplo, celebrar la Semana Santa solos.

¿Tuvieron alguna oración especial para aquellos momentos?

Sí, y todavía la seguimos rezando todos los días ante la Virgen. Es una oración preciosa que escribió el Papa para pedir por los enfermos, para que alivie esta pandemia y también pide por los sanitarios y los políticos y los investigadores.

¿Cree que habrá ayudado a que se hayan obtenido varias vacunas en menos de un año?

Y las que están por venir. Para nosotros la oración siempre es efectiva pero no es la efectividad de un banco, en el que tú metes tanto y te da tanto de rédito; la oración va a fondo perdido, nosotros oramos y el Señor sabe adónde va. La oración es como el motor que mueve al mundo.

¿Qué esperan de la Semana Santa de este año?

Pues, hombre, por lo menos no estaremos tan solos como en la anterior, parece que se ve un poco la luz. En cuanto pudimos abrir el culto, tras el confinamiento duro, empezó a aparecer gente en la Eucaristía, aún sin haber anunciado que estaba ya abierto, a nosotros mismos nos sorprendió. Después comenzó a venir gente y gente y volvió a ser como siempre, respetando las normas de higiene, claro.

¿Les dio en ese momento la impresión de que la gente tenía ganas de espiritualidad?

Tenían ganas de salir (risas) y de paso, sí, claro, un paréntesis tan largo sin nada, nada, nada, es lógico que haya muchas ganas de volver a la normalidad porque hasta psicológicamente es bueno.

El verano pasado abrieron la hospedería. ¿Notaron que la gente que vino lo hizo por diferentes motivos que otros años?

Sí, en general, lo notamos y ellos mismos nos lo decían. Nos agradecían haber abierto la hospedería porque hay bastantes monasterios que aún no lo han hecho por distintos motivos. Nosotros decidimos que sí, nos lo agradecieron y venían muy respetuosos y más preocupados por los monjes que por ellos mismos en el sentido de no contagiarnos nada, de no traernos nada de fuera y con deseo de orar, de rezar, de estar en silencio y de procesar todo lo ocurrido.

¿En algún momento de lo peor de la pandemia se le pasó por la cabeza ofrecerse como enfermero en el hospital de Burgos?

Lo cierto es que sí, claro. Sobre todo cuando hacía falta gente y no había, se me pasó por la cabeza aunque debería haberlo consultado con los hermanos y no sé qué me hubieran dicho …

Ustedes son muy democráticos a la hora de tomar decisiones …

Eso sí. Siempre está la obediencia, pero, sobre todo, se dialoga. Claro que se me pasó por la cabeza ofrecerme como enfermero pero al ir viendo cómo iban las cosas, pues lo dejé y piensa que yo llevo aquí casi treinta años y estoy un poco oxidado. Aunque esto es como andar en bici …

E imagino que aquí ejercerá, ¿no?

Sí, atiendo las cosas básicas, constantes vitales, hacer una cama, limpiar a un enfermo … Pienso que me hubiera defendido bien.

Imagino que es un ferviente defensor de la vacuna.

Si.

¿Los miembros más mayores de su comunidad la han recibido ya?

Los mayores de 80 años aún no pero ya tienen fecha para abril. Luego, los demás, iremos como la población en general.

¿Les ve con ganas a esos mayores y cree que se fían?

Hay de todo. En general, tienen ganas y se fían pero el mayor de todos, que tiene 93 años, dice que él nunca se ha vacunado y que ahora tampoco, que si se muere, se muere. Es muy curioso, procuro echar ratos con él para convencerle pero no creas que lo pone fácil … Los monjes tenemos cada uno nuestro pensamiento individual y eso está bien porque si todos tuviéramos el mismo patrón esto sería casi como el Ejército, aunque quizás tampoco allí sean todos iguales. Sí, ahí estamos, intentando convencerle. No sé si lo conseguiré.

¿Qué opinión tiene, como hombre de ciencia, de los antivacunas y los negacionistas de la pandemia?

Pues es una cosa que me tiene asombrado porque es algo que no tienen ningún peso, no dan ninguna prueba ni un hecho valorable y medible. Hablar por hablar siempre ha estado muy de moda, sobre todo en España. Si el hablar costara dinero no se hablaría tanto. Además, me parece moralmente reprobable alarmar así a la gente.

Usted, como católico, da por buenos los milagros y como reales el sufrimiento de Cristo y otros elementos de los que no hay prueba alguna pero, por otro lado, le sorprenden los antivacunas. ¿Cómo se conjugan la fe y la ciencia?

Al contrario de lo que piensa la gente, alrededor del 50% de los científicos son creyentes. ¿Cómo se compagina? Realmente la Teología es una ciencia seria, no una ciencia en cuanto que se puede medir, pesar y experimentar, pero sí es muy seria. Lo que es la exégesis de la palabra de Dios como fuente de revelación es muy seria. Cuando he estudiado Teología ha sido una luz muy grande y nunca encontré conflicto con lo que estudié en Enfermería. Es verdad que la Teología está en otra dimensión pero igual que la Filosofía. La ciencia te maravilla y te lleva hacia Dios. Aquí tenemos un físico teórico que lleva con nosotros año y medio. Él no creía en nada, buscaba la verdad y cuando estudiaba Física se dio cuenta que allí no estaba y la encontró leyendo el Evangelio, fíjate.

¿Cómo ven el mundo ya la gente desde la tranquilidad de su monasterio?

Nosotros tenemos una visión un poco parcial, la de los que vienen aquí o la de nuestras familias y por eso, quizás, la imagen que tenemos no es real. Por lo que nos dicen, parece que hay muchos interrogantes para la gente, que no ve una perspectiva. Hay bastante descontento con la clase política en general y también en el plano económico hay mucha preocupación, con mucha gente que lo está pasando mal y que no sabe cómo va a acabar esto.

¿Cómo van los negocios del monasterio?

Como los de todo el mundo, bastante parados. Vivimos de lo que producimos y del turismo y el turismo está prácticamente a cero; sale un poco de vino y cerveza pero no tanto como antes.

¿Entiendo que aquí no pueden plantear un ERTE, no?

Pues tenemos dos trabajadores pero nunca nos lo planteamos, tampoco en los momentos más duros de la crisis anterior, porque es que son dos familias las que viven de esto. Además aquí no se trata de beneficios, tenemos otra forma de trabajar.

Antes me decía que son ustedes muy austeros, nada que ver, en general, con el resto de la sociedad. ¿Cómo se vive así?

Es que realmente se puede vivir con muy poco. Decían de San Francisco que tenía pocas cosas y las que tenía las usaba poco. Vivir con austeridad también te da mucha libertad y te quita todo lo de las apariencias, la gente que se compra un móvil más nuevo aunque el suyo funcione … Esto no puede hacerte feliz y es posible que tenga que ver con que mucha gente viva ansiosa y deprimida. Porque si no vives desde el corazón estás un poco perdido.

Recientemente, el psiquiatra Jesús de la Gándara decía en una entrevista en este mismo espacio que le había llamado la atención que las iglesias del mundo hubieran andado «con pies de plomo» y se refería a que en la gripe del 18 algunos de los focos más importantes de contagio fueron los santos, a los que los curas mandaban besar para que se obrara el milagro de terminar con la pandemia. ¿Cómo cree que ha sido la actitud de la Iglesia Católica frente a esta crisis sanitaria?

Pienso que ha habido mucha responsabilidad y la sigue habiendo. Cumplimos a rajatabla todas las normas que se nos imponen, aunque algunas sean un poco arbitrarias como las del espacio que se deja en las iglesias y el que se deja en los teatros. En todas partes se cumple con la separación interpersonal, se utiliza el gel hidroalcohólico, hemos evitado procesiones, todo lo que sea acercarse unos a otros … Hemos sido muy responsables porque la Iglesia Católica ya no tiene las supersticiones de antaño aunque la gente es muy variopinta en formación y experiencias vitales, pero ya lo decía Santa Teresa: «De devociones a bobas líbrenos el Señor».

¿Cree que en un momento de zozobra como éste es más fácil que la gente se acerque a Dios?

Por lo menos surgen preguntas vitales más frecuentes, solo el hecho de estar tres meses confinados ha sido suficiente como para que a mucha gente se le encienda la bombilla y se haga preguntas de por qué ha ocurrido esto o qué pasará y que se cuestione cosas respecto de la muerte, que es algo que intentamos no mirar ni ver. Y de ahí pueden salir preguntas con más hondura y también el llegar a Dios: Si uno no entra dentro de sí mismo es difícil que llegue a Dios porque él vive ahí.

¿Este monasterio y su forma de vida pueden ser una buena vía para llegar a Dios?

A mucha gente le ha llegado nuestra espiritualidad, nosotros atendemos directamente a los turistas y entre col y col metemos una lechuga. La gente, al ver que es un monje el que explica los detalles del monasterio, se interesa no solo en el arte sino en nuestra vida en general y pienso que sí les llegamos. Pero ellos también nos fortalecen en nuestra fe, creo que es una cosa mutua y les hemos echado de menos cuando hemos estado cerrados.

¿Qué vigencia diría que tiene la Regla de San Benito?

Fíjate, llevamos dieciséis siglos desde que se escribió y aquí sigue. Para mí tiene una vigencia clara, sobre todo porque es muy humana. Estamos hablando del siglo VI, la caída del Imperio Romano, la llegada de los bárbaros … Es una época muy ruda y tiene mucho mérito que San Benito hiciera una cosa tan humana, en la que se valora mucho a las personas, no da mucha autoridad al abad, que aunque la tiene cuenta con los hermanos; permite a los monjes beber vino, que en aquella época era algo inaudito; el abad era elegido por consenso y decía que todas las clases sociales se unificaran (patricios, esclavos y hombres libres). También se preocupaba de atender a los más débiles ya los enfermos no solo a nivel físico sino también a nivel psicológico y espiritual y pedía tener paciencia con las debilidades de los demás, tanto físicos como morales.

¿Y usted se lo aplica?

Por supuesto. Esa es una regla de oro.

Habla también de la moderación. ¿Cree que nos vendría bien a todos, hacer caso a San Benito?

Pues mira, no sé si en España, pero en Alemania hay empresas que utilizan la regla de San Benito para gestionar los recursos humanos y las relaciones interpersonales. Es que a pesar de tener tantos siglos tiene muchas perlas.

¿A los políticos les aconsejaría la discretio, la huida de los extremismos?

Les iría muy bien. San Benito habla de la moderación para que los débiles no se desanimen y los fuertes sigan adelante. La discretio mira por los que tienen menos, por los que pueden menos en todos los sentidos para que no se queden fuera del carro, por así decirlo, y eso sirve para todos y mucho más para los políticos que son los que deben unificar la sociedad y están al mando. Sobre todo mirar por los más débiles, los más pobres, eso sería lo mejor.

¿Qué piensa de la confrontación permanente en la que están?

Pues creo que la mía es una opinión general en el sentido de que no están a la altura de las circunstancias y que tienen un cortoplacismo muy claro, que se mueven por sacar la siguiente elección y así un país no puede ir, hay que echar la vista más adelante y tener objetivos a más largo plazo. El Papa Francisco habla mucho de los políticos en su última encíclica y de la caridad política, que es el grado máximo de caridad, y ahí les anima y les dice que lo que hacen es muy importante y ellos tienen que responder, sobre todo los políticos católicos, que tendrían que responder mucho más.

¿Le repele especialmente algún discurso concreto?

Todos los extremismos, que se tocan, y eso de dividir a la gente en buenos y malos, lo de no mirar por el bien común sino solo por lo propio y lo más cercano en el tiempo. A mí todo esto me produce pena. Da igual ser de un signo o de otro, que esto es algo muy sano en una sociedad democrática, si todos miramos por el bien común.

¿Aquí votan cuando toca?

Sí, sí, no se obliga a nadie, pero no nos abstenemos. Siempre vamos.

Se llaman ‘monjes de la estricta observancia’. Resulta difícil -viendo este beatífico entorno- imaginar que aquí haya desencuentros. ¿Qué pesa más la persona o el monje de la estricta observancia?

Bueno, eso de la estricta observancia es el apellido, nosotros somos cistercienses. El general nuestro dice que debería ser que ser ya ‘de la media observancia’, porque estrecha, estrecha no suena bien (risas) y además, ya no somos tan estrechos, por decirlo de alguna manera. ¿Que qué pesa más si el monje o la persona? Todo es uno. Ser monje te da más hondura como persona, es curioso, no es que dejemos la persona al entrar en el monasterio sino que te hace crecer. Los hermanos tienen su propio pensamiento y cada uno diferente, tenemos debates, diálogos comunitarios, de cosas prácticas y de cosas personales, revisiones de vida y ahí se manifiesta cada uno. Y esto es bueno. La vida en común es un reto pero, sin duda alguna, es un don, igual que en un matrimonio.

¿Echa de menos algo de fuera?

Quizás volver a los lugares de la infancia -en mi caso, un pueblo pequeño del que son mis padres, San Martín de Humada- aunque creo que esto lo da la edad, porque antes no pensaba en ello. Pero estas cosas no las solemos hacer, aunque sí salimos a ver a la familia.

¿Llegó aquí muy convencido?

No, qué va, hasta que me identifiqué con esto pasaron unos seis años. Es un proceso vital: Si uno viene con demasiado convencimiento hay que preguntarse qué hay en la trastienda y de qué se quiere escapar. Por eso existe el proceso de incorporación que dura bastante tiempo.

He leído que San Benito hizo muchos milagros. ¿Usted cree en ellos?

Sí, pero no en la milagrería. Yo creo en los milagros de Jesús pero no en supercherías. Por ejemplo, Lourdes, que creo que el Papa ya ha metido mano y quiere poner orden allí.

Le gusta este Papa …

Sí, me gusta mucho, pero siempre el que venga será bienvenido.

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